GRACIAS POR EL FUEGO
Después de leer "Gracias por el fuego", de Mario Benedetti me vi en la obligación de escribir en este lugar (en caso de que alguien lo lea) algunos pasajes que simplemente me encantaron. Toda la obra es una fuerte crítica social y moral, sostenida en los pensamientos y actos de pocos personajes. Mientras la vas leyendo, pareciera que no existiese una trama definida... es necesario llegar al final de la historia para descubrir cómo de página en página se fue gestando, se fue construyendo un conflicto, que eventualmente, estalla...
"...Todavía no era el Viejo. Sólo Papá. Papá dicho y pensado minuciosamente a mis seis años. Ahora no hay jugueterías tan bien surtidas. Los juguetes parecían extenderse hasta el horizonte (...) Elige le juguete que quieras, dijo Papá. Yo había estado mirándome el zapato de charol. Alcé lentamente los ojos. Lentamente, para que el festín visual fuera llegando de poco a poco (...) Lo que más me gusta es la caja de soldados, pero me da mucha lástima que me guste precisamente eso, lo más barato. Hago fuerzas para que el triciclo me guste más que ninguna otra cosa. Tengo noción exacta de que el triciclo es el juguete más lindo, el que será codiciado por los otros chicos de mi calle. ¿Y?, vuelve a preguntar papá, esta vez consultando el reloj. Quiero los soldaditos. Lo digo en mi media lengua. Mucho tiempo después pude comprender que tanto Odonne [el vendedor] como papá, por distintas y comprensibles razones, se habían sentido defraudados. (...) Quiero los soldados repito con una firmeza que no deja lugar a ninguna esperanza para Odonne. Papá sonríe. Me mira. Esos ojos azules y, sin embargo, cálidos. Se quita la boquilla antes de decir: Lo que vamos a hacer es llevarnos diez cajas de soldados. le abrazo una pierna. Después me doy cuenta de que estoy aplastando la filosa raya del pantalón. Aflojo la presión..."
"... A veces viene Víctor y jugamos al rango, a la escondida, pero me gusta más estar solo, solo con mis juguetes, inventándome un mundo, creándome historias, heroicidades, luchas. (...) Yo me introduzco en mis propios episodios. Una colina, un avión, un faro. Jamás olvido situarme en una elevación, a fin de dominar bien todo el panorama. Me gustan los soldados de plomo porque puedo dirigirlos, concentrarlos, distribuirlos, derribarlos, agasajarlos, darlos por perdidos. Todo aquello para lo cual uno se siente autorizado cuando se siente el amo omnipotente de cientos de vidas rígidas, con un ademán eterno y una postura única.
(...) Cuando me acostaba, tenía siempre la sensación de estar indefenso, de estar abajo. Abajo era, por ejemplo, mirar hacia aquel techo temible y manchado que podía caerse. Abajo era mirar aquella bombilla eléctrica, con su garabato de luz y las cinco moscas estáticas en el cordón, a la espera de algo. Me hacía, me hago un cuento. Cuando venga papá, en la última visita antes de acostarse, y apague la luz, las moscas se llenarán de oscuridad, se inflarán de oscuridad, se convertirán rápidamente en monstruos negros y empezarán a volar sobre mi sueño, rozándolo de vez en cuando con sus patas, que para entonces habrán de ser gigantezcas y peludas. Sé que este cuento es mentira, pero experimento un disfrute tembloroso al construirme este terror particular, para mi uso exclusivo, y las pocas noches en que he gritado, sacudiendo la espesa, impenetrable oscuridad, con un largo alarido, éste ha sido sincero, espontáneo, tan irracional y tan primitivo como si yo fuera el consciente inventor de mi propio pánico. En esos casos, acude papá, en su pijama a rayas, enciende la luz y, naturalmente, no hay ningún peligro. Yo sé de memoria todo ese proceso. Pero sólo provisoriamente me tranquilizo. En mi cuento me he adelantado a explicarme que, cuando la luz se enciende, los espantosos monstruos vuelven a ser noscas inmóviles en el cordón que pende del techo..."
"...Todavía no era el Viejo. Sólo Papá. Papá dicho y pensado minuciosamente a mis seis años. Ahora no hay jugueterías tan bien surtidas. Los juguetes parecían extenderse hasta el horizonte (...) Elige le juguete que quieras, dijo Papá. Yo había estado mirándome el zapato de charol. Alcé lentamente los ojos. Lentamente, para que el festín visual fuera llegando de poco a poco (...) Lo que más me gusta es la caja de soldados, pero me da mucha lástima que me guste precisamente eso, lo más barato. Hago fuerzas para que el triciclo me guste más que ninguna otra cosa. Tengo noción exacta de que el triciclo es el juguete más lindo, el que será codiciado por los otros chicos de mi calle. ¿Y?, vuelve a preguntar papá, esta vez consultando el reloj. Quiero los soldaditos. Lo digo en mi media lengua. Mucho tiempo después pude comprender que tanto Odonne [el vendedor] como papá, por distintas y comprensibles razones, se habían sentido defraudados. (...) Quiero los soldados repito con una firmeza que no deja lugar a ninguna esperanza para Odonne. Papá sonríe. Me mira. Esos ojos azules y, sin embargo, cálidos. Se quita la boquilla antes de decir: Lo que vamos a hacer es llevarnos diez cajas de soldados. le abrazo una pierna. Después me doy cuenta de que estoy aplastando la filosa raya del pantalón. Aflojo la presión..."
"... A veces viene Víctor y jugamos al rango, a la escondida, pero me gusta más estar solo, solo con mis juguetes, inventándome un mundo, creándome historias, heroicidades, luchas. (...) Yo me introduzco en mis propios episodios. Una colina, un avión, un faro. Jamás olvido situarme en una elevación, a fin de dominar bien todo el panorama. Me gustan los soldados de plomo porque puedo dirigirlos, concentrarlos, distribuirlos, derribarlos, agasajarlos, darlos por perdidos. Todo aquello para lo cual uno se siente autorizado cuando se siente el amo omnipotente de cientos de vidas rígidas, con un ademán eterno y una postura única.
(...) Cuando me acostaba, tenía siempre la sensación de estar indefenso, de estar abajo. Abajo era, por ejemplo, mirar hacia aquel techo temible y manchado que podía caerse. Abajo era mirar aquella bombilla eléctrica, con su garabato de luz y las cinco moscas estáticas en el cordón, a la espera de algo. Me hacía, me hago un cuento. Cuando venga papá, en la última visita antes de acostarse, y apague la luz, las moscas se llenarán de oscuridad, se inflarán de oscuridad, se convertirán rápidamente en monstruos negros y empezarán a volar sobre mi sueño, rozándolo de vez en cuando con sus patas, que para entonces habrán de ser gigantezcas y peludas. Sé que este cuento es mentira, pero experimento un disfrute tembloroso al construirme este terror particular, para mi uso exclusivo, y las pocas noches en que he gritado, sacudiendo la espesa, impenetrable oscuridad, con un largo alarido, éste ha sido sincero, espontáneo, tan irracional y tan primitivo como si yo fuera el consciente inventor de mi propio pánico. En esos casos, acude papá, en su pijama a rayas, enciende la luz y, naturalmente, no hay ningún peligro. Yo sé de memoria todo ese proceso. Pero sólo provisoriamente me tranquilizo. En mi cuento me he adelantado a explicarme que, cuando la luz se enciende, los espantosos monstruos vuelven a ser noscas inmóviles en el cordón que pende del techo..."