Hace días que tenía muchas ganas de escribir, pero para hacerlo tenía que ordenar las ideas en mi cabeza (de otra forma hubiese tenido que escribir en corriente de la conciencia y hubiese resultado difícil de leer y entender). Y lo cierto es que me tomó unos tres días ordenar las ideas de mi cabeza… tres días para filtrar sucesos, aclarar pensamientos, posponer otros y desprenderse de problemas. Ahora que tengo las ideas claras puedo comenzar y quiero hacerlo escribiendo un fragmento de algo que escribí hace tiempo y que acabo de encontrar en unos papeles de mi escritorio:

“Traté de dejar esto, pero me veo nuevamente en esa urgente necesidad de dejar un testimonio de lo va siendo mi vida, de lo que creo voy construyendo día a día.
Es extraño, pero a veces creo que si no relato en estas páginas todo lo que me acontece, lo que experimento, siento y pienso, todas esas cosas dejan de existir… nunca sucedieron… De alguna forma me veo obligada a plasmar mi cotidianidad de modo que ésta deje una huella, una que pueda seguir y me lleve a momentos más felices o a momentos más tristes. Primero pienso, luego escribo, luego existo.

Siempre he pensado que la escritura es para mí la mejor forma de comunicarse, porque me permite expresar mis ideas de una manera mucho más ordenada y fluida de lo que alguna vez podría hacerlo en forma oral. Si no me gusta una palabra la cambio, si no me gusta una frase la borro, si no me gusta lo que he escrito simplemente lo elimino y parto de cero. Cuando uno habla no puede hacer lo mismo…”