Recuerdo de un día perfecto
Sentada junto a la ventana, con el sol en la espalda, los ojos abiertos pero la mirada perdida, me puse a pensar en cómo sería tener un día perfecto de principio a fin. Con esto en mente llegó a mi cabeza el recuerdo de un domingo de verano de no mucho tiempo atrás, en el cual en un extraño deseo de recordar parte de mi infancia, le pedí a mi papá que fuéramos a pasear por el cerro del Parque hasta el Barro Universitario, como solíamos hacerlo cuando era una niña.
Caminamos durante horas por las calles solitarias y silenciosas, viendo casas hermosas, soñando con algún día vivir en una de ellas, conversando no sé exactamente de qué y disfrutando de un sol cálido y un aire fresco.
Cuando decidimos volver a casa, tomamos la "micro", la única que nos deja en casa y cuando íbamos pasando por el puente, con el sol poniéndose frente a la ventanilla, la luz en nuestras caras y el agua del río brillando bajo nosotros, yo, tomada de su brazo apoyé mi cabeza sobre su hombro y sonreí, y entonces pensé que era feliz. No hubo risas ruidosas, no hubo grandes carcajadas, ni siquiera necesitamos de una mirada; en ese momento de silencio y de suma simpleza, junto a mi padre, sentí una felicidad plena, una alegría que no conocía preocupaciones y que no temía por lo efímera que es la dicha. La verdad es que no recuerdo mucho sobre antes del paseo o sobre después que llegamos a casa, pero ese momento en el bus es probablemente el recuerdo más precioso dentro del baúl de pequeños trozos de memoria que guardo en algun rincón de mi ser, y que ahora comienzo a escribirlos por miedo a que con el tiempo los termine olvidando...
Caminamos durante horas por las calles solitarias y silenciosas, viendo casas hermosas, soñando con algún día vivir en una de ellas, conversando no sé exactamente de qué y disfrutando de un sol cálido y un aire fresco.
Cuando decidimos volver a casa, tomamos la "micro", la única que nos deja en casa y cuando íbamos pasando por el puente, con el sol poniéndose frente a la ventanilla, la luz en nuestras caras y el agua del río brillando bajo nosotros, yo, tomada de su brazo apoyé mi cabeza sobre su hombro y sonreí, y entonces pensé que era feliz. No hubo risas ruidosas, no hubo grandes carcajadas, ni siquiera necesitamos de una mirada; en ese momento de silencio y de suma simpleza, junto a mi padre, sentí una felicidad plena, una alegría que no conocía preocupaciones y que no temía por lo efímera que es la dicha. La verdad es que no recuerdo mucho sobre antes del paseo o sobre después que llegamos a casa, pero ese momento en el bus es probablemente el recuerdo más precioso dentro del baúl de pequeños trozos de memoria que guardo en algun rincón de mi ser, y que ahora comienzo a escribirlos por miedo a que con el tiempo los termine olvidando...
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